viernes, 5 de abril de 2013

Progreso





Siempre nos habían dicho que el progreso indefinido nos traería la paz, el bienestar general y la felicidad, pero con toda esta gente haciendo cola para comprarse tabletas de última generación, votando a una larguísima colección de políticos mentirosos, dándose de hostias por entrar en una discoteca cualquiera para reventarse el hígado con kalimotxos de garrafón y asistiendo en masa a los estrenos de violentísimas películas, uno acaba mostrándose bastante escéptico respecto a las teorías que nos decían que la felicidad de los pueblos y de los hombres radicaba en el progreso indefinido. Nuestros abuelos presenciaron inventos quizá mayores que los nuestros y nadie los libró de la barbarie, el salvajismo, las dictaduras y el aburrimiento. No es que uno no se haya dado cuenta que en un automóvil cualquiera, en menos de cuatro horas, puede plantarse en Cerezo de Arriba, sino que duda que este hecho pueda sustituir la violencia, el desconcierto y la debilidad natural del hombre por el optimismo que produce la velocidad; por la satisfacción que nos proporcionan la inmediatez de las cosas y el desarrollo hasta el infinito de todos los medios materiales.

Hemos progresado. No sé cuanto, pero no me cabe ninguna duda de que hemos progresado. Ahora, ya no hay escupideras en los rincones de las casas, ni moscas, ni bañeras instaladas en el interior de las cocinas. Ahora ya no hay infecciones que no se puedan remediar con antibióticos, ni cucarachas que no se exterminen con un buen insecticida. Pero aún así, con todo lo que esto tiene de mejora, no me parece que haya mucha diferencia entre nuestra mentalidad y la de nuestros antepasados.

El mundo de hoy es un mundo dominado por las cosas. Esa es la diferencia sustancial. Un mundo sometido por todo aquello que conforma el progreso material: los coches, los frigoríficos, los aviones, los ordenadores, las video consolas, los teléfonos... Es innegable que todos estos objetos nos hacen la vida más llevadera, menos incómoda, además de proporcionarnos numerosas ventajas con relación a nuestros antecesores – incluso sutiles placeres –, pero las ilusiones respecto a que este progreso material pudiera modificar de alguna manera la naturaleza humana, sospecho que hace ya tiempo que se desvanecieron. Como tantas otras cosas el progreso indefinido ha terminado por desilusionar, no solo a las asociaciones ecologistas, sino también a amplios sectores de la población menos concienciados. Pero, en fin, tampoco está todo perdido. Supongo que en muchos aspectos de la vida la eliminación de las ilusiones resulta saludable y positiva ya que, como escribiera Josep Pla, “las ilusiones hay que reservarlas para aliñar las pasiones del amor y humanizar la ironía, para hablar con los amigos, para simplificar la vida ...”










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