Los artistas
muertos son una magnífica fuente de ingresos para la hacienda de los
estados, así, estos días, nuestras instituciones culturales más importantes, en concreto, el Museo Reina Sofía abre una espectacular exposición, tras su éxito parisiense, de uno de los personajes más
sorprendentes de nuestra tradición cultural. En un tiempo anterior
al aplastante dominio que los medios de comunicación han terminado
ejerciendo sobre todas las actividades que se desarrollan en el
planeta, Salvador Dalí y Doménech descubrió que le resultaba mucho
más rentable dejarse crecer un ridículo bigote, pasear un pollo con
una cadena por las calles de París o hablar siempre con una voz
hinchada, grave y campanuda, que dedicar el tiempo a pintar relojes
blandos, tigres sin dentadura, paisajes de Cadaqués o retratos de
señoras en rojo sobre un fondo gris. La propaganda de sí mismo - o
sea, eso que ahora llamamos marketing - fue el gran descubrimiento de
este excelente dibujante y pintor mediocre obsesionado no solo con el dinero sino también
con la masturbación, el exhibicionismo, el tamaño de sus genitales
y las demenciales relaciones que mantuvo con la que fuera primera
mujer del inmenso poeta Paul Eluard: la indescriptible Gala.
Hoy vivimos en
un mundo publicitario. Todo sirve para la publicidad. Tal vez porque
la esencia de nuestra vida es convertirlo todo en material
publicitario, tanto lo sublime como lo rutinario. Pero en aquella
época fue Salvador Dalí quién descubrió que no había modo alguno
de llamar la atención si no era escandalizando a la burguesía
provinciana, católica y sentimental que, en aquellos días,
detentaba no solo el poder sino también el dinero – por lo menos
hasta que el patriarca del surrealismo, el francés André Breton,
liquidara una época con aquello tan tajante y tan certero de “el
escándalo ha muerto”.
El
descubrimiento realizado por Salvador Dalí durante la segunda mitad
del siglo veinte, ha condicionado el desarrollo de nuestra cultura,
si es que nuestra cultura ha sido capaz de avanzar un milímetro más
allá del Romancero Gitano de Lorca y el Concierto de Aranjuez del
maestro Rodrigo. Los escritores, cineastas, cantantes, intelectuales
y artistas que pretenden acaparar la actualidad están obligados a
chapotear constantemente en la superficie de la sociedad desplazando
toneladas de fluido que, por lo general, no se corresponden con la
entidad de su trabajo, sino con el sexto sentido que han desarrollado
para la autopromoción; o lo que es lo mismo para estar siempre en el
sitio oportuno en el momento oportuno. No hay otra manera de tener
éxito. Ninguna otra. De Salvador Dalí hasta Pedro Almodóvar,
pasando por el inenarrable Camilo José Cela, la cultura en España,
con perdón, se ha convertido en un asunto de agencias de publicidad,
amiguetes, promociones narcisistas, escándalos minuciosamente
calculados y pollos que todavía se pasean con cadena por las calles
de un Madrid hortera, grasiento, vecinal y casposo.
Creo que tienes razón ¿hay vía de enmienda para esto?
ResponderEliminarNo, me parece que. Creo esto viene siendo así desde hace mucho tiempo y es irreversible. Gracias por tu comentario.
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