Estando tan
cerca de Francia, apenas a hora u hora y media de carretera, siempre
me he preguntado porque los bilbainos tenemos tan pocas cosas en común con los
descendientes de Napoleón. Cierto que el cursi de Maurice Chevalier
era francés pero bueno, si nos ponemos exquisitos tampoco es menos
cierto que el disparatado de Sabino Arana era de Bilbao, así que lo comido
por lo servido. Resulta curioso pero si se medita un instante en esto
– en el supuesto de que se disponga de un instante para meditar en
algo que no sea en el dinero, en la propia lujuria o en el acelerado
deterioro mental de algunos de nuestros líderes políticos - uno no
acierta a comprender porque todo dios se empeña en vivir como los
estadounidenses, es decir, en un mundo a la americana y nadie, por
ejemplo, quiere ser francés. Conozco en nuestra ciudad a individuos,
aspirantes a poetas, sobre todo, que no le harían ascos a una
procedencia británica – campestre, adinerada, alcoholizada y, por
supuesto, de rancio abolengo - pero francesa, lo que se dice
francesa, no conozco más que a una dependienta de unos grandes
almacenes que se peina como Mirelle Mathieu, susurra como Francoise
Hardy, te desprecia como Catherine Deneuve y piensa como Obelix.
Tengo la
impresión que no es la proximidad, la cercanía o la vecindad de los
pueblos la que actualmente nos influye sino la televisión, las
películas, los juegos virtuales, el idioma de los ordenadores y las
canciones de la radio. En definitiva, dado que el mundo del siglo XXI
está en manos de los estadounidenses, todo cristo se comporta como
si trabajara para la General Motors, viviera en un poblado del medio
oeste, disfrutara comprando chorradas en los macro centros
comerciales y estuviera liado con Mary Lou, John Doe o el pato
Donald.
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