miércoles, 24 de abril de 2013

Eficacia




Mientras el planeta se dirige hacia un laberinto de corrupción, terrorismo, crímenes, guerras, escándalos, insultos, calumnias, abusos, fanatismos, deterioro del medio ambiente y demás fragilidades humanas, me parece que ya solo se puede aspirar a las cosas más simples: a que los trenes, por ejemplo, lleguen a su hora, a que las manzanas no sepan a calabaza, a que los locutores de televisión no tartamudeen cuando cuentan las muchas maravillas de este gobierno o a que el suelo del bar donde escribo estas breves líneas no esté cubierto de pringosas servilletas de papel, colillas, restos de tortilla de patatas o cáscaras vacías de mejillones. La educación que hemos recibido pretende que deseemos cosas de una manera continua, cualquier clase de cosas, coches, lámparas, zapatillas de tenis o turrones de chocolate, sin embargo es posible que para que este manirroto planeta recupere la cordura de una vez por todas, en lugar de pretender, todo consista en limitarse ya que, como decía una de las máximas más provechosas de Goethe, la felicidad es la limitación.

Un mínimo de eficacia. Esta es la religión a la que aspiro. O lo que es lo mismo, aspiro a que no me atropelle un coche en un paso cebra, a que no me vendan carne de caballo como si fuera solomillo de ternera o a que el médico de guardia no me haga esperar horas y horas en la antesala de su consulta para recetarme un analgésico caro, escaso y de dudosa eficacia. Las grandes verdades de este tiempo vienen casi siempre en la sección de los anuncios por palabras de los periódicos. Todo lo demás, por mucho ruido que produzca, no suele ser más que material para el próximo derribo.




No hay pretensión más realista que aquella que te procura un mínimo instante de vida, además las pretensiones desmesuradas no proporcionan más que disgustos, desengaños, decepciones; tanto para los pueblos como para las personas que las acometen. Los grandes ideales arrastran consigo demasiadas desventuras, demasiadas calamidades, así que lo oportuno es atenerse al plato de chipirones en su tinta que te metes entre pecho y espalda mientras conversas con alguien cercano de antiguos paisajes, remotos placeres, libros leídos o personas perdidas, o sea, de cuestiones mínimas pero consistentes. Cuando llueve lo propio es sentirse recompensado. Cuando hace sol acercarse hasta el parque para leer los anuncios por palabras de los periódicos sentados sobre cualquier banco; solos; bajo la templada sombra de cualquier nogal. Eso es todo. Una vez perdida la primera inocencia, no resulta difícil caer en la cuenta que todas las propuestas políticas - incluida la tan promocionada de la austeridad - tarde o temprano terminan convirtiéndose en un turbio asunto de codicia. Los ricos gobiernan desde la impunidad. La oposición ha desaparecido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario