Carreteras
secundarias.
Carreteras
que se recorren solo por el placer de huir, de largarte, de dejarte
atrás, huyendo no solo de ti mismo sino también de tu trabajo,
tu desempleo, tu pequeño dolor, tu rutina de teléfonos móviles, desencuentros, telediarios, tertulias radiofónicas, periódicos, sopas de sobre y hamburguesas de plástico... En fin, lo de menos es el motivo. Lo importante es
largarse, huir hacia ninguna parte, creyendo, ingenuamente, que el
paraíso se encuentra siempre a unos cuantos kilómetros de distancia
de nuestra vivienda habitual. Así, lo propio es llenar el depósito
de gasolina y entre carreteras vecinales y comarcales, por donde apenas circula coche alguno, buscar
en recónditas cabañas rurales, en minúsculos hoteles, en escondidas tabernas o en destartaladas casonas, los sueños perdidos, las ninfas nunca
encontradas, los vientos cargados de sal o los abiertos espacios de
larguísimas playas, lejanos malecones y azulísimos litorales. Las
personas, sobre todos los jóvenes, huímos, durante los fines de
semana, por una idea preconcebida; por la creencia – tan extendida,
por otra parte – de suponer que en cualquier otro lugar distinto al
que habitualmente ocupamos, nos sentiremos más dichosos, seremos más
altos, más sanos, más guapos y que merced a una extraña
combinación de diferentes elementos filósoficos, biológicos y
matemáticos nos encontraremos con personas, animales y enseres de
una refinada bondad, de una sutilísima inteligencia y de una deslumbrante y desprendida belleza...
Carreteras
a ninguna parte en las tardes lluviosas de primavera.
Carreteras
secundarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario