El problema de
las democracias actuales en nuestro disparatado hemisferio occidental
es que nuestros representantes libremente elegidos no son ya libres
para adoptar decisiones. Las decisiones realmente importantes las
toman poderosas asociaciones económicas - bancos, constructoras,
multinacionales - en definitiva, consorcios que no están sometidos
a ningún control democrático y que en mayor o menor medida, también
se dedican, entre otros negocios, a financiar partidos políticos.
Los parlamentos de los países occidentales han visto como su función
ha quedado reducida a comportarse como meras sucursales de estos
consorcios; sucursales que legislan para procurar sus beneficios,
mantener sus privilegios, facilitar sus estrategias y vendernos un
estilo de vida donde sus ganancias son lo primordial y nuestra
libertad y seguridad lo secundario. Las nuevas esclavitudes nos las
están imponiendo quienes han supeditado la política a la economía:
los grandes grupos económicos que han dejado a los ciudadanos sin
más protección que su precario puesto de trabajo – en el
milagroso supuesto de que se disponga de puesto de trabajo, claro -
en un sistema económico de mercado libre donde lo único que cuenta
son los beneficios de dichos consorcios, no el desarrollo de la
educación, la sanidad, la cultura, la solidaridad, las relaciones
familiares, el pleno empleo o el sacrosanto derecho a perder el
tiempo del modo y manera que uno considere más conveniente para
salvaguardar su salud; tanto la mental como la física. Esto es lo
que hay. Lo demás son debates sobre el estado de la nación donde se
discuten identidades, financiaciones para los virreyes autonómicos,
liderazgos de partido y los ya habituales recortes presupuestarios
para quienes, de una u otra manera, siempre han estado marginados –
lo cual, por otra parte, no resulta nada novedoso, sobre todo en un
país donde el bienestar de los demás nos jode tanto.
Todas
estas poderosas asociaciones económicas nos están vendiendo ahora
la idea de que la crisis economica por la que está atravesando
nuestro país es debida no solo a nuestro excesivo gasto privado –
¿ no nos educaron en la idea de que nuestra única mision en la vida
era gastar dinero como si todos fuesemos hijos de Botín? -, sino
también a nuestro excesivo gasto público, que se supone que ha
creado un elevado déficit y una descomunal deuda pública; lastres
que dificultan seriamente nuestra recuperación económica. Nuestro
sector público, en comparación con la mayoría de los países de la
Unión Europea, está subdesarrollado. Pesimamente organizado en una
delirante multiplicidad pero subdesarrollado. El subdesarrollo de
nuestro sector público, como habitualmente explica el catedratico
Vicens Navarro, procede de la dictadura y de los gobiernos
conservadores que hemos padecido; gobiernos con escasa sensibilidad
social. Estos gobiernos impulsaron unos sistemas de recaudación de
impuestos escasamente progresivos, con una carga fiscal menor que el
promedio de la Unión Europea y con un enorme fraude fiscal. Estos
gobiernos, además de una escasa sensibilidad social, crearon un
Estado muy poco redistributivo, por lo que somos uno de los países
con mayores desigualdades de renta en la Unión Europea. La capacidad
adquisitiva de las clases populares, como consecuencia de esta
desigualdad, se ha reducido notablemente, creando una economía
basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme
problema de escasez de demanda; causa de la recesión económica.
Nuestra desigualdad social y nuestra limitada capacidad recaudatoria
explican que, a pesar de que nuestra deuda pública no sea
descomunal, surjan dudas de que podamos pagarla. Nuestro déficit se
debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la
disminución de los ingresos al Estado debido a la falta de actividad
económica y a la resistencia del poder económico para reactivarla:
fueron las poderosas asociaciones económicas - con la banca al
frente, por supuesto - las que, especulando con lo que nunca tenían
que haber especulado, crearon burbujas que al estallar han generado
los enormes problemas de falta de crédito. Eso sí, no conformes con
sus pasadas hazañas, de las que tuvimos que rescatarles con fondos
públicos - como bien dijo Joseph Stiglitz, con todos los fondos
gastados para ayudar a los banqueros se podrían haber creado bancos
públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que
estamos experimentando - ahora, tan encantadores como siempre, ya
están creando una nueva burbuja: la de la ya famosa deuda pública.
Lo
realmente preocupante, cuando menos en lo que a un servidor
concierne, ya se sabe periodista de los de antes, o sea, de los que
aún considera que nuestra función es contar lo que el poder no
quiere que se sepa, es que la inmensa mayoría de los medios de
comunicación han terminado por convertirse en unas simples correas
transmisoras de este poder económico, ya que son los consejos de
administración de las grandes corporaciones financieras quienes los
financian ya sea comprándolos o condicionándolos a través de la
publicidad, tanto directa como indirecta. Todo lo que sabemos lo
sabemos porque resulta conveniente, necesario, provechoso para
quienes nos transmiten la información. El resto, o sea, lo que no
quieren que sepamos hay que rastrearlo minuciosamente en
publicaciones marginales, emisoras de radio piratas, documentales
tipo Michael Moore o en los cada vez más numerosos blogs de los
internautas. La información se confunde con la publicidad. La
propaganda con la realidad. Y así más informados que nunca, con más
medios de comunicación a nuestro alcance, vamos sobreviviendo como
nos dictan las grandes corporaciones económicas que nos han
esclavizado. Ya saben, quienes, durante décadas, nos han estado
vendiendo coches todos terrenos, viajes al Caribe, móviles de última
generación , microondas, apartamentos en la playa, televisiones con
pantalla de plasma, partidos de futbol a todas horas, medicamentos
antidepresivos y un montón de cosas que, en realidad, no necesitábamos para nada y que ni siquiera podíamos pagar.
Los medios
de comunicación ya no somos el cuarto poder. Los periodistas
trabajamos para el poder. No por vocación. Se lo aseguro. Sino
por que es quien paga. Más o menos lo que le sucede a usted.
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