martes, 7 de mayo de 2013

Estética




Todo es vender. Hagas lo que hagas, todo consiste en que alguien compre tu producto. Durante la primavera, en las semanas que anteceden al verano, el producto, al parecer, es la felicidad; o sea, la satisfacción con tu propio cuerpo, tus manías, tu estilo de vida o el minúsculo salario con el que te paseas por el mundo. Siempre ocurre por estas fechas, cuando los días se alargan, el viento huele a salitre, las lluvias son menos ásperas y los asalariados vislumbramos las vacaciones como si de un oasis se tratara. Todos los años es igual. Los periódicos, de repente, comienzan a publicar suplementos dedicados a la belleza. Suplementos donde se nos revelan todas las estratagemas posibles para alcanzar la felicidad siendo más cuerdos, más sanos, más guapos y más positivos. Las numerosísimas páginas aparecen, de pronto, plagadas de entrevistas con psicólogos – no necesariamente argentinos -, dietas para poner el cuerpo a punto, publicidad de tratamientos estéticos, maquillajes que proporcionan misterio, liposucciones que eliminan las grasas, rinoplastias que consiguen el perfil adecuado, etcétera… Todo con el propósito – casi, casi la obligación - de llegar al verano siendo, además de insoportablemente felices, altos, guapos, jóvenes, delgados, casi, casi relucientes y, por supuesto, tanto o más optimistas que un independentista quebecois tras haber perdido la rehostia de referéndums.

    La felicidad en papel couche al alcance de la mano. El bienestar del cuerpo y de la mente servido en pequeñas dosis por psicoterapeutas, cirujanos, escritores de libros de auto ayuda y la poderosísima industria farmacéutica. Esto es lo que se nos trata de vender. Eso sí, lujosamente empaquetado y perfectamente disfrazado como periodismo.



  Todo esto está muy bien. Distrae mucho. Además los suplementos suelen estar ilustrados con espléndidas fotografías de langostinos aderezados con soufflé liofilizado de frambuesas, mujeres prodigiosas, hombres proporcionados, delicados animales domésticos y playas limpias de plásticos, colillas, preservativos usados, botellines de cerveza y demás mierdas, pero, no sé, me parece que hay que tener el ánimo muy templado como para ser optimista viviendo en un país donde para ascender a la milagrosa condición de trabajador mileurista tienes que pertenecer a alguna secta ya sea política, religiosa o turbiamente económica. En fin, puede que sean cosas mías, pero, no sé, me parece que en lugar de tanta corrección de arrugas con sustancias de relleno, tanta dieta adelgazante, tanta infusión de hierbas tibetanas y tanta crema hipoalergénica que acelera el proceso de combustión de calorías, todos seríamos más cuerdos, más sanos, más guapos y bastante más felices si en las tierras vascas y no vascas se hablara menos, se escuchara más, se mintiera lo justo, se limitaran los desmanes cometidos por los dirigentes y los constructores, no se celebraran tanto la vulgaridad, la estupidez y la hipocresía como normas de convivencia y ya puestos a pedir lo imposible, los españolitos de a pie cobráramos de acuerdo con nuestra capacidad, no en función de nuestro afecto por el partido gobernante, por nuestra fidelidad a los diversos regímenes nacionalistas que asolan el país o por las aportaciones realizadas a la "fantástica" contabilidad llevada a cabo por los "magníficos" contables del PP.


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