Científicos laureados, prestigiosos intelectuales, políticos de renombre y tiernos poetas galardonados, aseguran que lo único que nos distingue del resto de los animales es nuestra capacidad para pensar. Tengo mis dudas. No porque hablando con mi animal doméstico - un gato tuerto, con mala hostia, adicto a mi almohada y con ciertas tendencias suicidas - haya conseguido descifrar los misterios más inescrutables del universo, ni tampoco porque durante mi desastrosa educación sentimental haya tenido que escuchar las muchas tonterías dichas por los individuos que en teoría me estaban formando – curas, sobre todo, ateos la mayoría y los que no, ya se sabe, nacionalistas -, sino porque con el transcurrir de los años he llegado a la conclusión que aquello que verdaderamente nos distingue de los animales, las plantas y los estúpidos es nuestra capacidad para reírnos. Reírnos sobre todo de nosotros mismos, de nuestras tristes ambiciones, de nuestra miserable importancia y también de todas aquellas cosas por las que, de pronto, estallamos en sonoras carcajadas, cuando, en realidad, ya sabemos que apenas queda nada por lo que reírse.
Philiph
Roth ha escrito recientemente que “la gente está siendo educada de
una forma muy poderosa para no pensar, lo cual constituye la máxima
aspiración de todos los poderes establecidos”. Totalmente de
acuerdo. El pensamiento ha sido sustituido por la publicidad. Bueno,
por la publicidad y por el fútbol, aunque esto del futbol, ahora que
lo pienso, tal vez tenga tantos seguidores porque es una pasión
inútil, lo mismo que la vida. – Todo lo que sucede en un campo de
fútbol puede llegar a vivirse con la misma intensidad dramática con
la que se relacionan los personajes de Tennesse Williams, por
ejemplo, pero en realidad, por más transcendentales que se pongan
los periodistas deportivos, no nos conduce a ninguna parte. O sea lo
mismito que la vida.
Hay
muchas maneras de estar en el mundo. Muchas. La más extendida en
nuestra época es aquella según la cuál no tenemos mas derechos ni
más deberes que pensar en las prestaciones del próximo teléfono,
el próximo ordenador, el próximo coche o la próxima gilipollez que
nos tenemos que comprar. No parece que haya tiempo para nada más. Ni
ganas. Las largas horas que pasamos trabajando, buscando trabajo o
haciendo que trabajamos – a no ser que seas funcionario, claro –
apenas nos dejan fuerzas para nada más. O sea, ya saben, para todas
esas chorradas de procurarnos, de cuando en cuando, solo de cuando en
cuando, una buena conversación, dos o tres segundos de ternura,
cuatro aníses compartidos con alguna anciana solitaria a la que en
tiempos le hubieras cubierto de oro solo por sentir su cuerpo o un
magnifico corte de mangas dedicado a quienes se ganan cojonudamente
la vida especulando con nuestro trabajo, nuestro aire, nuestra agua y
nuestras calles. Ya saben, la gente encantadora, los comediantes,
todos esos que poco saben de nada, nada de nadie y son "ciudadanos importantes"...