miércoles, 11 de septiembre de 2013

El poder




El problema de las democracias actuales en nuestro disparatado hemisferio occidental es que nuestros representantes libremente elegidos no son ya libres para adoptar decisiones. Las decisiones realmente importantes las toman poderosas asociaciones económicas - bancos, constructoras, multinacionales - en definitiva, consorcios que no están sometidos a ningún control democrático y que en mayor o menor medida, también se dedican, entre otros negocios, a financiar partidos políticos. Los parlamentos de los países occidentales han visto como su función ha quedado reducida a comportarse como meras sucursales de estos consorcios; sucursales que legislan para procurar sus beneficios, mantener sus privilegios, facilitar sus estrategias y vendernos un estilo de vida donde sus ganancias son lo primordial y nuestra libertad y seguridad lo secundario. Las nuevas esclavitudes nos las están imponiendo quienes han supeditado la política a la economía: los grandes grupos económicos que han dejado a los ciudadanos sin más protección que su precario puesto de trabajo – en el milagroso supuesto de que se disponga de puesto de trabajo, claro - en un sistema económico de mercado libre donde lo único que cuenta son los beneficios de dichos consorcios, no el desarrollo de la educación, la sanidad, la cultura, la solidaridad, las relaciones familiares, el pleno empleo o el sacrosanto derecho a perder el tiempo del modo y manera que uno considere más conveniente para salvaguardar su salud; tanto la mental como la física. Esto es lo que hay. Lo demás son debates sobre el estado de la nación donde se discuten identidades, financiaciones para los virreyes autonómicos, liderazgos de partido y los ya habituales recortes presupuestarios para quienes, de una u otra manera, siempre han estado marginados – lo cual, por otra parte, no resulta nada novedoso, sobre todo en un país donde el bienestar de los demás nos jode tanto.

Todas estas poderosas asociaciones económicas nos están vendiendo ahora la idea de que la crisis economica por la que está atravesando nuestro país es debida no solo a nuestro excesivo gasto privado – ¿ no nos educaron en la idea de que nuestra única mision en la vida era gastar dinero como si todos fuesemos hijos de Botín? -, sino también a nuestro excesivo gasto público, que se supone que ha creado un elevado déficit y una descomunal deuda pública; lastres que dificultan seriamente nuestra recuperación económica. Nuestro sector público, en comparación con la mayoría de los países de la Unión Europea, está subdesarrollado. Pesimamente organizado en una delirante multiplicidad pero subdesarrollado. El subdesarrollo de nuestro sector público, como habitualmente explica el catedratico Vicens Navarro, procede de la dictadura y de los gobiernos conservadores que hemos padecido; gobiernos con escasa sensibilidad social. Estos gobiernos impulsaron unos sistemas de recaudación de impuestos escasamente progresivos, con una carga fiscal menor que el promedio de la Unión Europea y con un enorme fraude fiscal. Estos gobiernos, además de una escasa sensibilidad social, crearon un Estado muy poco redistributivo, por lo que somos uno de los países con mayores desigualdades de renta en la Unión Europea. La capacidad adquisitiva de las clases populares, como consecuencia de esta desigualdad, se ha reducido notablemente, creando una economía basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme problema de escasez de demanda; causa de la recesión económica. Nuestra desigualdad social y nuestra limitada capacidad recaudatoria explican que, a pesar de que nuestra deuda pública no sea descomunal, surjan dudas de que podamos pagarla. Nuestro déficit se debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la disminución de los ingresos al Estado debido a la falta de actividad económica y a la resistencia del poder económico para reactivarla: fueron las poderosas asociaciones económicas - con la banca al frente, por supuesto - las que, especulando con lo que nunca tenían que haber especulado, crearon burbujas que al estallar han generado los enormes problemas de falta de crédito. Eso sí, no conformes con sus pasadas hazañas, de las que tuvimos que rescatarles con fondos públicos - como bien dijo Joseph Stiglitz, con todos los fondos gastados para ayudar a los banqueros se podrían haber creado bancos públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que estamos experimentando - ahora, tan encantadores como siempre, ya están creando una nueva burbuja: la de la ya famosa deuda pública.

Lo realmente preocupante, cuando menos en lo que a un servidor concierne, ya se sabe periodista de los de antes, o sea, de los que aún considera que nuestra función es contar lo que el poder no quiere que se sepa, es que la inmensa mayoría de los medios de comunicación han terminado por convertirse en unas simples correas transmisoras de este poder económico, ya que son los consejos de administración de las grandes corporaciones financieras quienes los financian ya sea comprándolos o condicionándolos a través de la publicidad, tanto directa como indirecta. Todo lo que sabemos lo sabemos porque resulta conveniente, necesario, provechoso para quienes nos transmiten la información. El resto, o sea, lo que no quieren que sepamos hay que rastrearlo minuciosamente en publicaciones marginales, emisoras de radio piratas, documentales tipo Michael Moore o en los cada vez más numerosos blogs de los internautas. La información se confunde con la publicidad. La propaganda con la realidad. Y así más informados que nunca, con más medios de comunicación a nuestro alcance, vamos sobreviviendo como nos dictan las grandes corporaciones económicas que nos han esclavizado. Ya saben, quienes, durante décadas, nos han estado vendiendo coches todos terrenos, viajes al Caribe, móviles de última generación , microondas, apartamentos en la playa, televisiones con pantalla de plasma, partidos de futbol a todas horas, medicamentos antidepresivos y un montón de cosas que, en realidad, no necesitábamos para nada y que ni siquiera podíamos pagar. 

Los medios de comunicación ya no somos el cuarto poder. Los periodistas trabajamos para el poder. No por vocación. Se lo aseguro. Sino por que es quien paga. Más o menos lo que le sucede a usted. 

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