lunes, 3 de junio de 2013

Insensateces



El mundo viaja a una velocidad que me cuesta seguir. Lo confieso. Las cosas no me duran. Las insensateces de María Dolores de Cospedal, por ejemplo, se me superponen en el cerebro a una velocidad vertiginosa, lo mismo que las canciones en la radio, los libros en el estante, los famosos en la televisión o las personas en el recuerdo. La lentitud es una conquista que he perdido. Lo sé. Lo mismo que ciertos derechos sociales ya que la consigna de este tiempo parece ser devorarlo todo a la mayor velocidad posible, no porque así esté grabado en las Sagradas Escrituras, sino para que todo pueda ser comprado, usado y tirado al igual que se hace con los chicles, la pasta dentífrica, los kleenex o el discurso inútil de los políticos que se han encontrado a sí mismos comiendo, cenando, merendando y hasta desayunando en los restaurante más lujosos del país... En este vertiginoso mundo de aviones supersónicos, satélites, trenes de alta velocidad y ordenadores de última generación, nadie sabe muy bien a donde va. Nadie. Ni siquiera Angela Merkel. Mucho menos Mariano Rajoy y su tropa de "iluminados". Pero por lo visto poco importa donde vayamos, el caso es ir a toda pastilla a través de un mundo donde cada vez van quedando menos cosas sólidas, estables, consistentes – que en este preciso instante recuerde, el fútbol, ciertos vinos de la Rioja, los pinchos de tortilla, las películas de Woody Allen y poco más -. 

Cierto que tarde o temprano todo desaparece. Todo. Hasta los dinosaurios. Pero en esta época, no sé, parece que todo tiende a desvanecerse demasiado precipitadamente, tanto la vida como la muerte, el aroma de las manzanas, los amigos, los matrimonios, la consistencia de las convicciones... 

La ventaja de los nacionalismos – de ahí su extraordinario auge, sobre todo en nuestro destrozado país - es que en un mundo donde nada permanece uno siempre puede aferrarse a una tradición, a una bandera, a una liturgia, en definitiva, a unas cuantas canciones de amor y salitre que se suelen entonar a los postres de abundantes y suculentas cenas. Pero eso es todo. Los demás, los que no hemos encontrado en este asqueroso mundo más nacionalismo que la buena salud de nuestros padres, nos aferramos a lo que buenamente podemos, o sea, al fútbol, a ciertos vinos de la Rioja, a los pinchos de tortilla, a las películas de Woody Allen y a las personas con las que uno, poco a poco, se va haciendo una vida en las mismas calles, casualmente, por las que María Dolores de Cospedal – dios nos asista - va meditando, ahora mismo, la próxima insensatez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario