jueves, 4 de abril de 2013

Caballos





El siguiente relato escrito por el periodista cántabro Agustín – Tino – Lopez Rivero, esta basado, según propia confesión, en la fotografía y la canción del video de Bruce Springsteen

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No puedo quitarme la costumbre de escuchar música de Bruce Springsteen mientras conduzco. Es como una adicción. No es que sus últimos discos me gusten demasiado, pero hace ya tiempo que adquirí este hábito. Esta tarde he estado escuchando “Nebraska” y “The River” mientras conducía a través de los páramos castellanos y los pequeños pueblos de las montañas cántabras. Me he parado en este bar para escribirte estas líneas. Te gustaría este sitio. No es como esas cafeterías de las gasolineras donde no hay más que patatas fritas con sabor a barbacoa, latas de Coca-Cola, muñecos de Disney, barritas de chocolate y sándwiches descongelados con saber a sucedáneo de cangrejo. Este local está bastante bien. Hay jubilados jugando a las cartas, camioneros cenando platos de potaje, una pareja de la guardia civil viendo un partido de fútbol a través de la televisión y un gato, sucio y desdentado, tumbado sobre un almohadón; las paredes están decoradas con fotografías de los silenciosos paisajes del pasado, un par de montones de periódicos atrasados y de suplementos dominicales permanecen apilados sobre la barra y cerca de la mesa desde donde te escribo, una pequeña chimenea desprende un fuego algo desmayado pero bastante reconfortante. No esperaba estar tan lejos de ti a estas alturas del invierno. De verdad que no. Pero el dinero no crece en los árboles - como mi madre siempre decía - así que finalmente he aceptado el trabajo en la fábrica de electrodomésticos; ya sabes, aquel del que me estuvo hablando tu primo Jeremías la última noche que cenó con nosotros. El contrato, de momento, es temporal, pero me han asegurado que si las ventas no decrecen, en menos de un año pueden hacerme fijo. Ya sé que no es eso lo que estabas buscando, pero cada vez me resultaba más duro pasar todo el día en casa sin otra cosa que hacer que mirar la televisión, leer el periódico, fregar los platos, contemplar como la lluvia caía a través de la ventana y esperarte. No he tenido valor para llamarte por teléfono, pero supongo que ya habrás leído la nota que te he dejado en el frigorífico. No estoy huyendo. Te lo juro. Esto no tiene nada que ver con el hecho de que últimamente bebieras demasiado. Tampoco con nuestras discusiones, sino con algo bastante más profundo, ya sabes, con el pánico que me tengo a mí mismo cuando no encuentro otra cosa que hacer que terminar el crucigrama del periódico, preparar la cena, ver la película de la televisión y fumarme los dos cigarrillos acostumbrados antes de meterme en la cama.
Esta tarde he visto caballos salvajes trotando en las montañas.
A menos de un metro de distancia.
Entre la niebla.
He dejado el coche en la cuneta y he estado un buen rato escuchando como resoplaban.
Eso es lo que quería contarte. Que esta tarde he visto caballos salvajes trotando en las montañas.
Hace tiempo que no contemplaba nada parecido.
No era una película.
No era un anuncio de televisión.
Podía olerlos.
Podía sentir la nerviosa vibración de sus músculos.
Los dos potros que trotaban tras la manada tenían las patas larguísimas, como de madera esculpida.
Las yeguas relinchaban.
Las rocas estaban cubiertas de una fina capa de agua.
El aire olía a suciedad fresca y eucalipto.
Durante todo el tiempo que he permanecido allí, junto a los caballos, no he pensado en nada. Absolutamente en nada. Ni en ti, ni en mí.
He respirado profundamente.
He escuchado el grito lejano de un halcón.
Me he sentido bien.
Solo. Pero bien
Eso es lo que quería contarte.
Solo eso.
Ahora te dejo.
Tengo que volver a la carretera.
Hay una luna fría, casi glacial, colgando en lo alto del cielo como el ojo desprendido de un cadáver.
Hace frío.
Mucho frío.
Tanto que no me extrañaría que no tardara en nevar.
Sé que nuestra vida está cambiando.
Lo sé muy bien.
Pero yo todavía te echo de menos.
Mucho.
Tanto que no hago más que aferrarme al recuerdo de los buenos tiempos y a esta costumbre, tan extraña y tan solitaria, de escuchar canciones de Bruce Sprignsteen mientras conduzco hacia la oscuridad.
Te llamaré.
Un día de estos.
Te lo prometo.
Cuando reúna el valor suficiente.






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