El
siguiente relato escrito por el periodista cántabro Agustín –
Tino – Lopez Rivero, esta basado, según propia confesión, en la
fotografía y la canción del video de Bruce Springsteen
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No
puedo quitarme la costumbre de escuchar música de Bruce Springsteen
mientras conduzco. Es como una adicción. No es que sus últimos
discos me gusten demasiado, pero hace ya tiempo que adquirí este
hábito. Esta tarde he estado escuchando “Nebraska” y “The
River” mientras conducía a través de los páramos castellanos y
los pequeños pueblos de las montañas cántabras. Me he parado en
este bar para escribirte estas líneas. Te gustaría este sitio. No
es como esas cafeterías de las gasolineras donde no hay más que
patatas fritas con sabor a barbacoa, latas de Coca-Cola, muñecos de
Disney, barritas de chocolate y sándwiches descongelados con saber a
sucedáneo de cangrejo. Este local está bastante bien. Hay jubilados
jugando a las cartas, camioneros cenando platos de potaje, una pareja
de la guardia civil viendo un partido de fútbol a través de la
televisión y un gato, sucio y desdentado, tumbado sobre un
almohadón; las paredes están decoradas con fotografías de los
silenciosos paisajes del pasado, un par de montones de periódicos
atrasados y de suplementos dominicales permanecen apilados sobre la
barra y cerca de la mesa desde donde te escribo, una pequeña chimenea
desprende un fuego algo desmayado pero bastante reconfortante. No
esperaba estar tan lejos de ti a estas alturas del invierno. De
verdad que no. Pero el dinero no crece en los árboles - como mi
madre siempre decía - así que finalmente he aceptado el trabajo en
la fábrica de electrodomésticos; ya sabes, aquel del que me estuvo
hablando tu primo Jeremías la última noche que cenó con nosotros.
El contrato, de momento, es temporal, pero me han asegurado que si
las ventas no decrecen, en menos de un año pueden hacerme fijo. Ya
sé que no es eso lo que estabas buscando, pero cada vez me resultaba
más duro pasar todo el día en casa sin otra cosa que hacer que
mirar la televisión, leer el periódico, fregar los platos,
contemplar como la lluvia caía a través de la ventana y esperarte.
No he tenido valor para llamarte por teléfono, pero supongo que ya
habrás leído la nota que te he dejado en el frigorífico. No estoy
huyendo. Te lo juro. Esto no tiene nada que ver con el hecho de que
últimamente bebieras demasiado. Tampoco con nuestras discusiones,
sino con algo bastante más profundo, ya sabes, con el pánico que me
tengo a mí mismo cuando no encuentro otra cosa que hacer que
terminar el crucigrama del periódico, preparar la cena, ver la
película de la televisión y fumarme los dos cigarrillos
acostumbrados antes de meterme en la cama.
Esta
tarde he visto caballos salvajes trotando en las montañas.
A
menos de un metro de distancia.
Entre
la niebla.
He
dejado el coche en la cuneta y he estado un buen rato escuchando como
resoplaban.
Eso
es lo que quería contarte. Que esta tarde he visto caballos salvajes
trotando en las montañas.
Hace tiempo que no contemplaba nada parecido.
Hace tiempo que no contemplaba nada parecido.
No
era una película.
No
era un anuncio de televisión.
Podía
olerlos.
Podía
sentir la nerviosa vibración de sus músculos.
Los
dos potros que trotaban tras la manada tenían las patas larguísimas,
como de madera esculpida.
Las
yeguas relinchaban.
Las
rocas estaban cubiertas de una fina capa de agua.
El
aire olía a suciedad fresca y eucalipto.
Durante
todo el tiempo que he permanecido allí, junto a los caballos, no he
pensado en nada. Absolutamente en nada. Ni en ti, ni en mí.
He
respirado profundamente.
He
escuchado el grito lejano de un halcón.
Me
he sentido bien.
Solo.
Pero bien
Eso
es lo que quería contarte.
Solo eso.
Solo eso.
Ahora
te dejo.
Tengo
que volver a la carretera.
Hay
una luna fría, casi glacial, colgando en lo alto del cielo como el
ojo desprendido de un cadáver.
Hace
frío.
Mucho
frío.
Tanto
que no me extrañaría que no tardara en nevar.
Sé
que nuestra vida está cambiando.
Lo
sé muy bien.
Pero
yo todavía te echo de menos.
Mucho.
Tanto
que no hago más que aferrarme al recuerdo de los buenos tiempos y a
esta costumbre, tan extraña y tan solitaria, de escuchar canciones
de Bruce Sprignsteen mientras conduzco hacia la oscuridad.
Te
llamaré.
Un
día de estos.
Te
lo prometo.
Cuando
reúna el valor suficiente.
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