sábado, 28 de septiembre de 2013

CHINA





Tal vez entre sus propósitos para el nuevo curso, además de fumar menos, hacer dieta, aprender inglés o apuntarse a un gimnasio cualquiera, tenga usted la pretensión de huir. No solo de sí mismo, que es lo más complicado, sino también de los recortes, la prima de riesgo, las tertulias radiofónicas, el desplome del euro, los partidos de fútbol del Barcelona contra el Real Madrij, las divergencias entre la Europa franco-alemana y el euroescepticismo de la gran Bretaña y las discusiones sobre la mucha o la poca capacidad del gobierno del mentiroso Mariano Rajoy para poner en marcha este antiguo reino de taifas ahora prósperamente reconvertido en un reino de mafias. Tal vez su propósito venga condicionado por la terca realidad y no tenga usted más pretensión que la de abandonar la localidad donde habitualmente reside ya que, como nos ha ocurrido en Santander, alguien, no se sabe bien quién, como, ni por qué, ha decidido paralizar toda actividad emprendedora dejándonos sin otro entretenimiento vital que la contemplación del descomunal paisaje que nos circunda. La tarea no es nada sencilla. Huir, sí, pero, ¿a dónde?. Es posible que la abrumadora información que usted diariamente recibe de traslados, vacaciones, vuelos baratos y viajes al extranjero le colapse el buen funcionamiento de las neuronas cerebrales y no sepa a donde dirigirse para desentenderse de las disputas identitarias, las catástrofes del telediario, los incomprensibles negocios de Iñaki Urdangarín, las apocalípticas profecías de los cientos de gurus económicos que nos asedian por todas partes y del desmoralizador desmoronamiento económico e institucional del Racing Club de Futbol. No se preocupe, para eso estamos, para ayudar en cuánto podamos.
Lo primero es saber que huir no resulta fácil ni barato. Las opciones son limitadas. Los paraísos terrenales no abundan. Los que había los han llenado de turistas que beben como poetas rusos desquiciados, hablan como comerciantes napolitanas, sudan como luchadores de sumo y calzan sandalias con calcetines blancos. Además los pocos que aún perduran tienen como propietarios a multimillonarios chiflados o no pueden nombrarse, en un intento – vano, supongo - de salvaguardarlos de la voracidad constructora de los constructores españoles.

        Lo segundo es persistir en su propósito. Ya se sabe, el que la sigue la consigue. Así que si usted persiste en huir y además en su huida pretende hacerse rico – pero rico de verdad, no como nuestros constructores que tuvieron que repartirse el botín con los alcaldes y concejales de los municipios que arrasaron – tiene usted que desplazarse a China. Ahí está el futuro. Los chinos no solo trabajan como chinos por un salario de mierda, sino que además durante los últimos doce años han ocupado el primer lugar entre los países en vías de desarrollo en la utilización efectiva de fondos exteriores, convirtiéndose de la noche a la mañana en el mercado mundial donde las ventas al por menor de artículos de consumo más crece; ademas, aparte de los productos de consumo básico, como alimentación, ropa y electrodomésticos, actualmente sectores como la automoción, los productos de marca y los artículos de lujo son cada vez más populares y más demandados en China. El fuerte crecimiento de la renta familiar, la rápida transformación de una economía basada en la agricultura a una economía industrial y el desarrollo de las clases medias pudientes ha provocado que los descendientes de la revolución cultural de Mao estén superando a los USA como consumidores. Así que no lo dude. Los chinos le comprarán cualquier cosa que usted quiera venderles y además también se la fabricarán sin venirle con leches de huelgas, prejubilaciones, prestaciones por desempleo, bajas por maternidad y otros derechos sociales. También es posible que usted no pretenda hacerse rico – de toda hay en la viña del señor – sino que en este nuevo curso tan solo ansíe huir de la vida que le está tocando transitar para dedicar todo su tiempo a practicar alguna de sus aficiones o de sus perversiones. En ese caso mas que aconsejarle, le deseo suerte y paciencia, mucha suerte y mucha paciencia, que esa es la receta que servidor, tal y como está de complicado el panorama, se aplica a si mismo para tratar de sobrevivir haciendo lo poco que sabe hacer para ganarse la vida, o sea, escribir, donde puede, de estas y otras banalidades...

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Antonio Machado




                   Dos características esenciales, ambas muy poderosas, conforman la poética de Antonio Machado: la voluntad de ser un poeta en el tiempo, a la manera de Jorge Manrique, por ejemplo, y la circunstancia, involuntaria, por supuesto, de ser, en palabras de Josep Pla, "un hombre abrumado por el dolor".





Es una hermosa noche de verano. 

Tienen las altas casas 
abiertos los balcones 
del viejo pueblo a la anchurosa plaza. 
En el amplio rectángulo desierto, 
bancos de piedra, evónimos y acacias 
simétricos dibujan 
sus negras sombras en la arena blanca. 
En el cénit, la luna, y en la torre, 
la esfera del reloj iluminada. 
Yo en este viejo pueblo paseando 
solo, como un fantasma.







Sabe esperar, aguarda que la marea fluya, 
así en la costa un barco, sin que al partir te inquiete. 
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; 
porque la vida es larga y el arte es un juguete. 
Y si la vida es corta 
y no llega la mar a tu galera, 
aguarda sin partir y siempre espera, 
que el arte es largo y, además, no importa. 






Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero 
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...

No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?

Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.

Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.






Este hombre del casino provinciano 
que vio a Carancha recibir un día, 
tiene mustia la tez, el pelo cano, 
ojos velados por melancolía; 
bajo el bigote gris, labios de hastío, 
y una triste expresión, que no es tristeza, 
sino algo más y menos: el vacío 
del mundo en la oquedad de su cabeza. 


Aún luce de corinto terciopelo 
chaqueta y pantalón abotinado, 
y un cordobés color de caramelo, 
pulido y torneado. 
Tres veces heredó; tres ha perdido 
al monte su caudal; dos ha enviudado. 



Sólo se anima ante el azar prohibido, 
sobre el verde tapete reclinado, 
o al evocar la tarde de un torero, 
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta 
la hazaña de un gallardo bandolero, 
o la proeza de un matón, sangrienta. 



Bosteza de política banales 
dicterios al gobierno reaccionario, 
y augura que vendrán los liberales, 
cual torna la cigüeña al campanario. 



Un poco labrador, del cielo aguarda 
y al cielo teme; alguna vez suspira, 
pensando en su olivar, y al cielo mira 
con ojo inquieto, si la lluvia tarda. 



Lo demás, taciturno, hipocondriaco, 
prisionero en la Arcadia del presente, 
le aburre; sólo el humo del tabaco 
simula algunas sombras en su frente. 



Este hombre no es de ayer ni es de mañana, 
sino de nunca; de la cepa hispana 
no es el fruto maduro ni podrido, 
es una fruta vana 
de aquella España que pasó y no ha sido, 
esa que hoy tiene la cabeza cana.






lunes, 16 de septiembre de 2013

Fascismo


En las sociedades desarrolladas de nuestro hemisferio occidental el fascismo es siempre una posibilidad. No tan remota como pudiera parecer. Una posibilidad que durante la década de los noventa, por ejemplo, impulsó la limpieza étnica en los Balcanes, incorporó un partido fascista al primer gobierno italiano de Berlusconi, propició la violencia de los cabezas rapadas contra los inmigrantes en Inglaterra, Alemania o Escandinavia y facilitó el inicial ascenso de Le Pen al segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas del dos mil dos. Cuando determinados grupos humanos se creen en posesión de la verdad, se presentan ante la sociedad como víctimas y no consiguen sus propósitos mediante métodos democráticos, siempre existe la tentación fascista de enfundarse la camisa negra, colocarse una llamativa hebilla de plata en el cinturón, aclararse la garganta y con el pistolón en la mano proclamar a los cuatro vientos que hay que hacerse cargo de la situación, que ya no hay por qué escuchar más argumentos, más posiciones, más razonamientos, que las cosas se van a enderezar sin necesidad alguna de parlamentos, elecciones, diputaciones y demás zarandajas democráticas... Esta es la actitud suicida que propició que durante las primeras décadas del siglo pasado se extendieran por Europa los movimientos totalitarios que culminaron con las dos desastrosas guerras mundiales.

En la actualidad los movimientos fascistas están creciendo de nuevo en Europa debido, a mi juicio, a la crisis económica y social, al descenso del poder adquisitivo, el aumento del paro y la pobreza, al racismo, al imparable desprestigio de una clase política copada por los más estúpidos de la manada, marcada por una corrupción casi, casi, institucionalizada y a una más que discutible política neoliberal. Muchas formaciones fascistas han experimentado un rápido e inesperado crecimiento, tanto electoral como social, como se ha podido comprobar en las ultimas elecciones celebradas tanto en Finlandia como en Francia. A menudo su éxito ha partido de pequeñas victorias locales que han servido para impulsarse, luego, a la totalidad del estado. Este progreso del fascismo en nuestro avejentado continente se ha plasmado en el crecimiento electoral de estos partidos como se puede comprobar en la actual composición del Parlamento europeo, por ejemplo, cuyo sistema electoral por circunscripciones grandes favorece su representación, donde pasaron de ocupar 19 a 35 escaños tras las elecciones de 2009.

La idea fascista del monolito, la idea totalitaria de que todos debemos ser como ellos, hoy la hallamos por todas partes, pero, atendiendo a lo que nos concierne, también se halla en muchos de los planteamientos nacionalistas que durante lustros llevan dándose en la vida politica, económica y social de nuestra dividida España. Los diferentes nacionalismos que conviven en nuestro estado están fundamentalmente basados en conceptos tan arbitrarios como la "autenticidad" – ya saben, esa constante retahila que tanto se repite de ¿quienes son los auténticos catalanes, los autenticos vascos, los auténticos gallegos o los auténticos españoles? -. Para todos estos nacionalismos los "auténticos" son unicamente quienes pertenecen a un grupo que tiene como señas de identidad las impuestas por los propios nacionalistas; aquellos que consideran que el grupo está por encima de cualquier derecho individual; quienes creen que su grupo es una víctima de la historia, que temen por su decadencia debido a los efectos corrosivos del liberalismo individual, las influencias extranjeras y la invasión de los emigrantes; aquellos que, en definitiva, consideran que su grupo tiene derecho a dominar a otros sin limitaciones de ninguna clase, tanto las que provienen de las leyes divinas como de las leyes humanas. Reminiscencias del fascismo, más o menos sutiles, pero reminiscencias. El sentimiento de pertenencia a un “pueblo oprimido”, como habitualmente se suelen presentar ante la sociedad nuestros partidos nacionalistas, puede, incluso, justificar cualquier disparate, ya sea discutir sobre la conveniencia o no de hacer desaparecer la bandera nacional de las instituciones públicas o sobre la necesidad de educar a nuestros descendientes tan solo en catalán, por ejemplo, o en vasco o en gallego... Lo cual llevado a sus últimas consecuencias explicaría por qué tantas veces algunos dirigentes nacionalistas del País Vasco, por ejemplo, trataron de justificar, comprender o minimizar los brutales destrozos causados por la última banda terrorista que opera en Europa. Para que este disparate no vuelva a suceder esta es la exigencia, a mi juicio, que nuestro estado democrático debe de reclamar de un modo inmediato a la coalición Bildu, heredera de lo que durante años fuera llamado - mal llamado, por cierto, - la izquierda abertzale: hasta que sus representantes, ampliamente elegidos en los últimos comicios electorales, no se desmarquen contundente, lapidaria e inequivocamente de ETA, la tentación del fascismo volverá a estar presente, de nuevo, en todos los pueblos y todas las ciudades de la complicada y castigada comunidad autónoma vasca.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

El poder




El problema de las democracias actuales en nuestro disparatado hemisferio occidental es que nuestros representantes libremente elegidos no son ya libres para adoptar decisiones. Las decisiones realmente importantes las toman poderosas asociaciones económicas - bancos, constructoras, multinacionales - en definitiva, consorcios que no están sometidos a ningún control democrático y que en mayor o menor medida, también se dedican, entre otros negocios, a financiar partidos políticos. Los parlamentos de los países occidentales han visto como su función ha quedado reducida a comportarse como meras sucursales de estos consorcios; sucursales que legislan para procurar sus beneficios, mantener sus privilegios, facilitar sus estrategias y vendernos un estilo de vida donde sus ganancias son lo primordial y nuestra libertad y seguridad lo secundario. Las nuevas esclavitudes nos las están imponiendo quienes han supeditado la política a la economía: los grandes grupos económicos que han dejado a los ciudadanos sin más protección que su precario puesto de trabajo – en el milagroso supuesto de que se disponga de puesto de trabajo, claro - en un sistema económico de mercado libre donde lo único que cuenta son los beneficios de dichos consorcios, no el desarrollo de la educación, la sanidad, la cultura, la solidaridad, las relaciones familiares, el pleno empleo o el sacrosanto derecho a perder el tiempo del modo y manera que uno considere más conveniente para salvaguardar su salud; tanto la mental como la física. Esto es lo que hay. Lo demás son debates sobre el estado de la nación donde se discuten identidades, financiaciones para los virreyes autonómicos, liderazgos de partido y los ya habituales recortes presupuestarios para quienes, de una u otra manera, siempre han estado marginados – lo cual, por otra parte, no resulta nada novedoso, sobre todo en un país donde el bienestar de los demás nos jode tanto.

Todas estas poderosas asociaciones económicas nos están vendiendo ahora la idea de que la crisis economica por la que está atravesando nuestro país es debida no solo a nuestro excesivo gasto privado – ¿ no nos educaron en la idea de que nuestra única mision en la vida era gastar dinero como si todos fuesemos hijos de Botín? -, sino también a nuestro excesivo gasto público, que se supone que ha creado un elevado déficit y una descomunal deuda pública; lastres que dificultan seriamente nuestra recuperación económica. Nuestro sector público, en comparación con la mayoría de los países de la Unión Europea, está subdesarrollado. Pesimamente organizado en una delirante multiplicidad pero subdesarrollado. El subdesarrollo de nuestro sector público, como habitualmente explica el catedratico Vicens Navarro, procede de la dictadura y de los gobiernos conservadores que hemos padecido; gobiernos con escasa sensibilidad social. Estos gobiernos impulsaron unos sistemas de recaudación de impuestos escasamente progresivos, con una carga fiscal menor que el promedio de la Unión Europea y con un enorme fraude fiscal. Estos gobiernos, además de una escasa sensibilidad social, crearon un Estado muy poco redistributivo, por lo que somos uno de los países con mayores desigualdades de renta en la Unión Europea. La capacidad adquisitiva de las clases populares, como consecuencia de esta desigualdad, se ha reducido notablemente, creando una economía basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme problema de escasez de demanda; causa de la recesión económica. Nuestra desigualdad social y nuestra limitada capacidad recaudatoria explican que, a pesar de que nuestra deuda pública no sea descomunal, surjan dudas de que podamos pagarla. Nuestro déficit se debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la disminución de los ingresos al Estado debido a la falta de actividad económica y a la resistencia del poder económico para reactivarla: fueron las poderosas asociaciones económicas - con la banca al frente, por supuesto - las que, especulando con lo que nunca tenían que haber especulado, crearon burbujas que al estallar han generado los enormes problemas de falta de crédito. Eso sí, no conformes con sus pasadas hazañas, de las que tuvimos que rescatarles con fondos públicos - como bien dijo Joseph Stiglitz, con todos los fondos gastados para ayudar a los banqueros se podrían haber creado bancos públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que estamos experimentando - ahora, tan encantadores como siempre, ya están creando una nueva burbuja: la de la ya famosa deuda pública.

Lo realmente preocupante, cuando menos en lo que a un servidor concierne, ya se sabe periodista de los de antes, o sea, de los que aún considera que nuestra función es contar lo que el poder no quiere que se sepa, es que la inmensa mayoría de los medios de comunicación han terminado por convertirse en unas simples correas transmisoras de este poder económico, ya que son los consejos de administración de las grandes corporaciones financieras quienes los financian ya sea comprándolos o condicionándolos a través de la publicidad, tanto directa como indirecta. Todo lo que sabemos lo sabemos porque resulta conveniente, necesario, provechoso para quienes nos transmiten la información. El resto, o sea, lo que no quieren que sepamos hay que rastrearlo minuciosamente en publicaciones marginales, emisoras de radio piratas, documentales tipo Michael Moore o en los cada vez más numerosos blogs de los internautas. La información se confunde con la publicidad. La propaganda con la realidad. Y así más informados que nunca, con más medios de comunicación a nuestro alcance, vamos sobreviviendo como nos dictan las grandes corporaciones económicas que nos han esclavizado. Ya saben, quienes, durante décadas, nos han estado vendiendo coches todos terrenos, viajes al Caribe, móviles de última generación , microondas, apartamentos en la playa, televisiones con pantalla de plasma, partidos de futbol a todas horas, medicamentos antidepresivos y un montón de cosas que, en realidad, no necesitábamos para nada y que ni siquiera podíamos pagar. 

Los medios de comunicación ya no somos el cuarto poder. Los periodistas trabajamos para el poder. No por vocación. Se lo aseguro. Sino por que es quien paga. Más o menos lo que le sucede a usted. 

martes, 10 de septiembre de 2013

Septiembre


La despedida del verano, además de un recurso literario que ha alentado algunos de los mejores párrafos de las novelas de Scott Fitzgerald, tiene siempre un regusto agridulce a infancia perdida, jaulas de grillos, rabos de lagartija, mermelada de higos, moras en los matorrales y racimos de uva en la parra. Hayamos estado de vacaciones en una mansión rural sepultada en el viñedo bordelés, en un diminuto apartamento de la arrasada costa mediterránea, en alguna capital centroeuropea repleta de panteones, estatuas, bibliotecas y catedrales o hayamos permanecido ferozmente escondidos en la habitación menos calurosa de la residencia habitual, lo que siempre nos suele quedar del verano son unas cuantas fotografías que el tiempo se encargará de amarillear, la sensación de no haberlo apurado del todo, ese regusto agridulce que nos remonta a los largos días de la infancia y unos cuantos tópicos más que año tras año se repiten por estas fechas como frutos propios de la estación – que le vamos a hacer, la naturaleza humana además de por el tedio, suele estar condicionada por los tópicos, los lugares comunes, la demagogia de los políticos y la ilusa pretensión de la libertad. Conozco personas con bastante sentido común que nada más regresar de las vacaciones se proponen no leer un periódico nunca más, no tener en cuenta las declaraciones de los políticos, hacer una fabulosa pira funeraria con todos los transistores que haya en la casa o destrozar la televisión a hachazos. Todos los años la historia se repite. Una vez terminado el verano hay personas que regresan de las vacaciones hastiadas del tiempo que les ha tocado vivir y hacen todo lo posible para no tener ningún contacto con la realidad nuestra de cada día. Los suplementos dominicales de los periódicos, por ejemplo, para que este repentino enfrentamiento con la realidad no nos suponga trauma alguno, se llenan de numerosos artículos con recomendaciones para iniciar la nueva temporada con la mejor disposición posible. Las propuestas son tan variadas que lo mismo nos recomiendan iniciar una dieta antioxidante a base de frutos secos, verduras, yogures, plátanos, pescado azul y pan integral, que nos aconsejan invertir todas las mañanas unos diez minutos en desentumecer cada uno de los músculos agarrotados con unos sencillos ejercicios de estiramiento; gimnasia, que le dicen, para prevenir la desgana, el decaimiento o la fatiga de media mañana. De la misma manera que sucede durante los primeros días de cada nuevo año, estos últimos días del verano también son una época de propósitos. Nada más regresar a nuestra rutina habitual, temiendo tal vez la monotonía de los horarios laborales o el aburrimiento de una vida sin demasiado sentido, todos, en mayor o en menor medida, nos proponemos algo.

En muchas localidades costeras de nuestra comarca, por ejemplo, los propietarios de los barcos de vela, al dar por terminada su estancia en el mar, amarran el velero en la dársena, enrollan el foque, pliegan la vela sobre la botavara, la cubren con la capota, cierran el tambucho del camarote y regresan a la ciudad, prometiéndose, como otras veces, que cada fin de semana regresaran al barco para navegar sobre las aguas. Nadie regresa. El barco permanecerá atracado todo el año a merced de los pájaros y durante el invernaje gemirán sus amarras en los temporales, cabeceará el casco sobre las olas con una cadencia monótona, el mástil será azotado por las jarcias en los días de viento y sobre su cubierta se amontonarán los crepúsculos, los amaneceres, las noches suaves con estrellas muy claras, el sol más terrible y las constantes lluvias oblicuas. Todo esto constituye la memoria de la vida que nunca vivimos; aquella que, una vez terminado el verano, queda sepultada bajo los coches bomba que continúan estallando en Irak, el rostro metálico y huidizo de los locutores del telediario, el tráfico de los lunes lluviosos, el pánico que nos van a inducir ante la nueva gripe, los partidos de fútbol de cada domingo y todo lo que tenemos que hacer para ganarnos el pan nuestro de cada día. Pero mientras tanto, ahora, en estos primeros días de septiembre, lejos ya del intenso calor que hemos padecido, en los pueblos costeros todavía permanecen abiertos algunos restaurantes baratos donde se cocinan pescados a la parrilla: gambas, pulpos, carnosas sardinas, hermosos dentones, fabulosos meros de cabeza enorme, cuerpo musculoso, cola potente y una piel resbaladiza y oscura tocada de pequeñas manchas amarillentas. Antes de penetrar de nuevo en los sinsabores de la política, el vértigo laboral, la oscuridad del invierno y las limitaciones que nos procuran los espacios reducidos, conviene detenerse un instante en alguno de estos locales y entre bocado y bocado, descorchar una botella de algún vino blanco de la tierra - frío, seco, transparente - y brindar por el esplendor de los días perdidos, las siestas de la sobremesa, las noches breves, el rumor lejano de las olas estallando contra las rocas y los paisajes que, como estampas de un tiempo misteriosamente recobrado, se han extendido ante nuestros ojos bajo un sol mudo, tenaz, abrasador y casi, casi hebraico. Este es el último placer que el verano nos reserva: su despedida.