lunes, 3 de febrero de 2014

Los otros, los demás...


 Lo miramos todo. Todo menos a los demás. Nos pasamos las horas, los días, los años mirando imágenes en las múltiples pantallas con las que nos están distrayendo; miramos partidos de fútbol, esquelas, concursos, películas, videos en youtube; miramos cualquier cosa, lo que sea, fotografías de lejanas ciudades, gatos haciendo monerías, hombres cocinando, mujeres cocinando, niños cocinando, animales cocinando, cualquier cosa con las que nos mantenemos, solitarios, hora tras hora, frente a la pantalla del televisor o del ordenador. Lo miramos todo. Incluso, de cuando en cuando, para tratar de averiguar la estatura exacta de nuestro desconcierto también nos miramos en los espejos y, a veces, solo a veces, de regreso a casa, sorteando farolas, mendigos, papeleras o repentinos aguaceros, nos miramos, también, de reojo, en la luna oscura de algún escaparate para comprobar si tras un largo día de trabajo o de búsqueda de trabajo, aún conservamos el rostro con el que, de amanecida, hemos salido de nuestro domicilio.

                   No vemos a los demás. No porque no existan sino porque no disponemos de tiempo para certificarlo, arrinconados, como estamos, en nosotros mismos, pendientes, tan solo, de la pantalla de nuestro móvil, nuestro ordenador o nuestro televisor. Nosotros, de acuerdo con la moral calvinista que tan profundamente ha calado en nuestra monótona sociedad, no tenemos más obligación que la de ganar dinero, pero aquellos a los que nunca miramos, o sea, los demás, ¿que demonios deben hacer los demás?: ¿servirnos de felpudos, de clientes, de estímulos sexuales; aglutinarse en masa para vitorear a Cristiano Ronaldo, mendigar la esclavitud de un miserable jornal, seguir las directrices de este gobierno y pagar, continuamente, los muchos desmanes cometidos por los habituales estafadores de siempre – lease Bankia, por ejemplo, - mantenerse a la espera de que algún día, alguna deidad les libre, milagrosamente, de la pobreza, el tedio, la soledad o ignorarnos del mismo modo que nosotros les ignoramos?. Cierto que todavía hay personas solidarias, generosas, preocupadas por los demás, dotadas de la rara capacidad no solo de ver a los otros, sino también de comprenderles sin juzgarles, de ayudarles sin comprometerles, pero mucho me temo que son tan escasas como la humildad en casa de José María Aznar o el marisco fresco en una paella de chiringuito.

               El planeta es un hormiguero de gente. No se sabe muy bien por qué ni para qué pero el planeta esta repleto de individuos e individuas - que diría el "brillante" Juan José Ibarretxe – tratando de encontrarle un sentido a este deambular de ninguna parte a ninguna parte, pero, aún así, a cuanta más gente, menos capacidad tenemos para ver a los demás; a no ser, claro está, que de un modo u otro nos convenga. El otro, al parecer, ha dejado de existir. Ya ni siquiera es el infierno sartriano. Simplemente ha dejado de existir. Tan ocupados, como estamos, en la permanente contemplación de un mundo virtual, adheridos como lapas a nuestro móvil, a nuestro ordenador o a nuestro televisor, los otros, los demás, cuando no nos sirven, cuando no podemos utilizarlos para nuestro propio beneficio, nos resultan invisibles. El caótico mundo que vivimos es su problema. Solo su problema. También el nuestro, claro, aunque, la verdad, huyendo, continuamente, de pantalla en pantalla, de chorrada tecnológica en chorrada tecnológica, transeúntes, tal vez de por vida, en un espacio virtual, preferimos ignorarlo.