jueves, 4 de abril de 2013

Asesinos





Hubo un tiempo no demasiado lejano en que los hijos no solo heredaban el pelo, el carácter, las deudas, los rencores o la casa de sus padres sino también el oficio. Pero en esta época, por más que la ciencia avance, la electricidad nos ilumine, los electrodomésticos nos distraigan, el espacio esté repleto de satélites, los grandes centros comerciales nos surtan de todo aquello que podamos necesitar o por más que se analice minuciosamente el funcionamiento de las neuronas cerebrales, resulta tremendamente complicado saber que es lo que le impulsa a uno a convertirse en lo que finalmente termina siendo. La influencia de la televisión para resolver este tipo de cuestiones es más que evidente, ya que algunas series como Perry Mason, Marcus Welby, Hill Street o Retorno Brisdehead, formaron generaciones y generaciones de abogados, médicos, policías o alcohólicos, pero actualmente con la sobreabundancia de canales televisivos, los jóvenes tan pronto quieren ser maestros como comisarios, albañiles, periodistas, mentalistas, piratas descerebrados, abogadas anoréxicas o doctores arrogantes, con lo que, finalmente, sin que apenas uno se de cuenta, en el mejor de los casos, se suele terminar repartiendo pizzas a domicilio tanto o más desconcertado que un constructor español en un paisaje limitado por decreto ley al pastoreo, la siembra, la cosecha, el fluir de los arroyos, el primaveral aleteo de las mariposas y el incesante mugir de las vacas.

¿Pero como llega uno a convertirse en un asesino?. ¿Escuchando demasiadas canciones de La Oreja de Van Gogh, tomándose en serio las películas de chinos que se lían a hostias ya desde los títulos de crédito, yendo de kalimotxos por el casco viejo donostiarra con algunos dirigentes de la mal llamada izquierda abertzale, acumulando rencores sentimentales, frustraciones laborales, deudas hipotecarias que ni siquiera nuestros bisnietos serán capaces de saldar o leyendo noche tras noche, a hurtadillas, entre las sábanas, bajo la mortecina luz de una linterna oxidada, a Stephen King de una manera compulsiva?. De esto, como de tantas otras cosas, no tengo ni la más  puta idea.



Lo cierto es que en dominios de lo que fuera antiguo territorio de cosacos, mujiks, zares, condesas tísicas y príncipes idiotas, pueden haber hallado la respuesta a este interrogante. Algunas encuestas leidas en alguna de esas peculiares páginas que tanto abundan en internet reflejan que los jóvenes rusos consideran la de asesino a sueldo como una de las profesiones con más futuro en Rusia, lo que me hizo recordar una conversación que mantuve hace muchos años ya con un supuesto marinero ruso en un portuario bar de nuestro sobredificado mediterraneo. Este hombre, tras contarme que habia estado en Chechenia con el ejercito ruso, se mostró muy orgulloso de haber matado muchos chechenos para asegurarme, finalmente, con la brutal sinceridad que el alcohol suele propiciar, que: Yo matar hombre, ningún problema, ningún problema.  1.000 euros y pistola, y yo pam pam y ningún problema, ningún problema...”. Ya se sabe, el tránsito traumático del comunismo más rancio al capitalismo más salvaje genera este tipo de ambiciones o quizá las cosas sean mucho más sencillas de lo que aparentan ser, tal como escribiera Sam Shepard – bendecido por los dioses con demasiados dones: alto, guapo, silencioso, escribe como si estuviera diseccionando rastrojos de mi cerebro y además está casado con Jessica Lange – en su poema titulado Carta de un asesino,: “Es cierto que cambiamos mucho de casa y que para el niño eso es fatal, aunque que importa una mentira de cuando en cuando, que importa que me vea sangre en la corbata, a fin de cuentas puedo decirle que es carmín o, mejor incluso, puedo decirle simplemente que soy un asesino a sueldo que tiene que sacar dinero de donde sea para pagarle los estudios y luego le doy un beso en la cabeza y le meto en la cama y tomo nota por escrito de lo que murmura en sueño de cielos azules…”.

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