domingo, 2 de marzo de 2014

Cataluña

Los grandes negocios en nuestro país siempre vienen precedidos de grandes declaraciones de amor a la patria. Los grandes disparates también, pero, bueno, a esto ya estamos bastante más acostumbrados. Los ministros franquistas fueron unos consumados maestros en la práctica de hacer caja tras profesar su profundo amor por el cerdo ibérico, la tortilla de patatas, la Virgen del Pilar, el Real Madrid, el brazo incorrupto de Santa Teresa y demás símbolos patrios, por lo que no resulta nada extraño que los políticos actuales - descendientes naturales de tan perspicaces mandatarios - hayan conseguido perfeccionar esta práctica hasta convertirla casi, casi en una disciplina artística. Los políticos nacionalistas, por ejemplo, lo bordan, los muy cabrones es que lo bordan, sobre todo los catalanes, por no hablar de los vascos, claro... Así cada vez que escucho a cualquiera de los muchos dirigentes de nuestro disparatado país manifestar su profundo sentimiento de amor al estado, la provincia, la ciudad, el caserío o la casa de putas que le viera nacer hago un rápido calculo mental de los cuartos que me van a quedar cuando este profundo sentimiento de amor se concrete en un nuevo tributo a pagar. Nunca falla. Tras unas cuantas sentidas declaraciones de amor patrio siempre hay un listo – estatal, autonómico o municipal - que pretende cobrarte hasta por respirar el aire que respiras.
Aunque resulte contradictorio, sobre todo teniendo en cuenta la situación económica de una notable mayoría de ciudadanos, parece ser que, atendiendo al discurso de ciertos dirigentes nacionalistas, lo único que tenemos son problemas de ricos. Nada grave, aunque desconcertante ya que no estamos habituados. No sabemos cuál es nuestra identidad. En fin... Los subsaharianos que asaltan nuestras vallas y a los que alegremente les recibimos con un variado surtido de disparos de balas de goma, no saben que nosotros no sabemos quiénes somos, pero bueno, para trabajar como temporeros en nuestros campos, albañiles en nuestras desmesuradas construcciones o traficantes en nuestros barrios bajos parece, no sé, como si les importara un rábano descubrir si, en realidad, somos una nación de naciones, una nación de nacionalidades o un burdel con pretensiones.
Tras más de treinta años de democracia constitucional estamos ahora en un proceso de cotidianas discusiones acerca de Cataluña y su encaje o desencaje en el Estado Español; podríamos estar en un periodo de reforestación, ilustración, regeneración hídrica, desarrollo tecnológico o investigación judicial que limitara la colosal corrupción urbanística que ha tenido lugar en nuestros ayuntamientos – atendiendo, sobre todo, a la urgente necesidad de proteger los escasísimos solares patrios que nos quedan -, pero no, estamos enredados, de nuevo, en cuestiones identitarias o sea en un interminable proceso de reformas de los estatutos de autonomía. Primero fue el mal llamado plan Ibarretxe, luego la reforma estatutaria aprobada por las cortes valencianas, más tarde la modificación del estatuto de Cataluña y ahora ya se verá. Vigilen su cartera. Aunque no sean catalanes. Vigílenla porque tras más de treinta años de democracia constitucional parece que nuestro país se encamina, fatalmente, hacia el modelo democrático italiano. Ya saben, mucho patriotismo, mucha palabrería, mucho sentimiento de profundísimo amor a las tradiciones, la familia, la virgen maría, las hortalizas locales y el equipo de fútbol del barrio, pero, eso sí, todo controlado por unas cuántas mafias que se dedican a hacer negocio aprovechándose de la ignorancia, la ingenuidad, las desmedidas emociones y el exceso de sentimentalismo que, durante años, siglos, civilizaciones casi enteras, nos ha caracterizado a los españolitos de a pie.

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