viernes, 12 de abril de 2013

Periodismo: El Diario Norte


           


               El periodismo está lleno de fracasados. No por vocación, sino porque los periodistas, en realidad, no servimos más que para describir el mundo desde la impotencia. Es decir, no trazamos líneas en el espacio. No tendemos puentes entre hondonadas. No remediamos el hambre de los continentes desmantelados. No le arrancamos nada a la tierra: ni frutos, ni mineral, ni misericordia y ni siquiera arreglamos grifos, dientes, arterias, matrimonios o viejas máquinas de coser. En resumidas cuentas, enseñen lo que enseñen en la innecesaria facultad, lo cierto es que para desempeñar este oficio hay que ser, primero, lo suficientemente humilde como para reconocer que no se sabe hacer ninguna otra cosa y hay que estar, después, dispuesto a vivir una vida de privaciones, urgencias, chismorreos, insignificancias, brillantes descubrimientos, tonterías solemnemente divulgadas, muchos desplazamientos y una considerable mala leche que hay que digerirla como buenamente se pueda; o sea, con la habitual resignación que puede acabar derivando en melancolía, desmedida afición al vagabundeo o, una vez superada la tentación de dejarlo todo para montar una ferretería en cualquier remota aldea, en un moderado alcoholismo habitualmente sazonado con anécdotas de otros tiempos, otras gentes y otros acontecimientos.

                    Los periodistas, los que lo somos sin utilizar el oficio para servir intereses políticos o económicos, discurrimos por el mundo preguntando lo que nadie puede contestar, averiguando lo que casi nadie quiere saber y tratando inútilmente de fijar en el tiempo lo que el tiempo, tarde o temprano, se encargará de sepultar: un beso, un naufragio, un discurso, un asesinato, una traición o un huracán devastador. Si el periodismo algo te enseña es que no hay nada como alejarse un poco de todo para curarse de la proximidad; de la deformación de la proximidad. Deformación, de la que todos, en esta comunidad autónoma desde la que hoy escribo, a saber, Euskadi, estamos atacados. Es en este sentido, creo, que los antiguos aconsejaban el desplazamiento. Creían que era un buen método para prescindir de pequeñeces, de borrosos detalles, de torcidos enredos tribales y de escenografías grandiosas, interesadas y falsas.

                El mundo solo lo transforman los poetas y los científicos. El resto hacemos lo que buenamente podemos; es decir, respiramos, comemos, miramos la televisión, hablamos de chorradas en los bares, hacemos el amor cuando se tercia y rellenamos quinielas. Comprobado tengo que los periodistas no servimos más que para describir este disparatado mundo desde la impotencia, pero, aún así, nada más necesario en estos momentos de democracias desprestigiadas que el buen ejercicio de este oficio, dado que si para algo es útil el periodismo es para prestar atención a la condición humana, olvidando los planteamientos abstractos, para así relatar los ultrajes, las injusticias y los abusos que la gente sufre; en definitiva, para relatar todo aquello que las autoridades no quieren que se sepa. Con este empeño y con el entusiasmo y el escaso dinero propio de la juventud, en esta semana se ha presentado en Bilbao, ya saben, la capital del Guggenheim, una nueva publicación digital: El Diario Norte. Desde aquí, además de envidiarles la juventud, desearles suerte y salud... 

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