Igual
no es cierto pero sospecho que los inviernos en Cantabria son, más o
menos, como en todas partes, o sea, incómodos - sobre todo a medida que uno
envejece, claro - dada la persistencia de la lluvia, el frío, el granizo, los vientos afilados, los cielos plomizos, los paraguas goteando sobre un cansancio de paragueros y memoria acumulada y
las habituales e inevitables conversaciones, a la entrada de los
bares o de los edificios administrativos, acerca de la
adversa meteorología. La diferencia con otras comarcas de
este antiguo reino de taifas, más conocido como España - ahora abrumadoramente
convertido en un reino de mafias - viene, a mi juicio, dada por el
paisaje. El viento del norte, frecuentemente del noroeste, que lo
llena todo de lluvias oblicuas, bruscos chaparrones, bajas
temperaturas y fuerte oleaje, es el viento predominante durante los
oscuros meses del invierno, pero, en los breves intervalos, cuando el
viento del sur se asienta durante unas cuantas jornadas, todo lo
acumulado por este viento gallego, tanto en las montañas como en la
costa, se percibe con una claridad diáfana, transparente, tan
nítida que basta con ser una persona medianamente contemplativa para
gozarlo o, simplemente, para admirarlo desde una dársena débilmente soleada o desde un risco levemente ensombrecido por el paso fugaz de las nubes. Es
entonces cuando este paisaje invernal, además de disfrutarse, se
muestra entero; las nieves en las cumbres, las playas
solitarias, los árboles, de hoja caduca, desnudos y los
contribuyentes paseando.
Limpio, tras toda la lluvia caída, el aire, entonces, se respira sin asperezas; frío, penetrante, mudo, pero casi tan puro como el deseo o el apetito de un niño.
Lo mismo que en todas partes, cierto es que la cotidiana constancia de la lluvia - como casi todo es este desquiciado mundo - cansa, sobre todo cuando su ausencia parece no adivinarse, pero esta húmeda monotonía repleta de oscuridad, escalofríos, bufandas, caminos embarrados, faros solitarios, barcos atracados en los muelles y sobremesas nostálgicas, más o menos distraídas con aguardientes baratos, amigos, breves cabezadas frente al televisor y largas partidas de cartas, también tiene su recompensa paisajística: la verde primavera; la que ahora, en estos días, empieza a adivinarse, tímidamente, en todos los parajes de Cantabria.
Limpio, tras toda la lluvia caída, el aire, entonces, se respira sin asperezas; frío, penetrante, mudo, pero casi tan puro como el deseo o el apetito de un niño.
Lo mismo que en todas partes, cierto es que la cotidiana constancia de la lluvia - como casi todo es este desquiciado mundo - cansa, sobre todo cuando su ausencia parece no adivinarse, pero esta húmeda monotonía repleta de oscuridad, escalofríos, bufandas, caminos embarrados, faros solitarios, barcos atracados en los muelles y sobremesas nostálgicas, más o menos distraídas con aguardientes baratos, amigos, breves cabezadas frente al televisor y largas partidas de cartas, también tiene su recompensa paisajística: la verde primavera; la que ahora, en estos días, empieza a adivinarse, tímidamente, en todos los parajes de Cantabria.
Este
video es una mínima y modesta muestra de este paisaje invernal. La
música que le acompaña pertenece al disco "Mina &
Sconcerto" publicado en el año 2001.
Qué bonita es Cantabria incluso en invierno!!!!
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