viernes, 26 de abril de 2013

Carreteras



                 Carreteras a ninguna parte en las tardes lluviosas de primavera.
                 Carreteras secundarias.
            Carreteras que se recorren solo por el placer de huir, de largarte, de dejarte atrás, huyendo no solo de ti mismo sino también de tu trabajo, tu desempleo, tu pequeño dolor, tu rutina de teléfonos móviles, desencuentros, telediarios, tertulias radiofónicas, periódicos, sopas de sobre y hamburguesas de plástico... En fin, lo de menos es el motivo. Lo importante es largarse, huir hacia ninguna parte, creyendo, ingenuamente, que el paraíso se encuentra siempre a unos cuantos kilómetros de distancia de nuestra vivienda habitual. Así, lo propio es llenar el depósito de gasolina y entre carreteras vecinales y comarcales, por donde apenas circula coche alguno, buscar en recónditas cabañas rurales, en minúsculos hoteles, en escondidas tabernas o en destartaladas casonas, los sueños perdidos, las ninfas nunca encontradas, los vientos cargados de sal o los abiertos espacios de larguísimas playas, lejanos malecones y azulísimos litorales. Las personas, sobre todos los jóvenes, huímos, durante los fines de semana, por una idea preconcebida; por la creencia – tan extendida, por otra parte – de suponer que en cualquier otro lugar distinto al que habitualmente ocupamos, nos sentiremos más dichosos, seremos más altos, más sanos, más guapos y que merced a una extraña combinación de diferentes elementos filósoficos, biológicos y matemáticos nos encontraremos con personas, animales y enseres de una refinada bondad, de una sutilísima inteligencia y de una deslumbrante y desprendida belleza...
            Carreteras a ninguna parte en las tardes lluviosas de primavera.
            Carreteras secundarias.



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