viernes, 19 de abril de 2013

Chorradas


 
  Entre otros numerosos defectos que han generado mucha tertulia radiofónica y mucha literatura barata pero que no vienen al caso, los periodistas arrastramos algunos males desde la década de los últimos ochenta, primeros noventa, del fatídico siglo pasado. Más o menos desde que la tarjeta de crédito fuera santificada como el único placer no pecaminoso, desde que la música popular, o un ruido parecido, dejara de ser un referente cultural, desde que el muro de Berlín se viniera abajo sin que ningún espía, tertuliano, analista, profeta o quiromántico lo anunciara de antemano y desde que la codicia colectiva, en perfecta conjunción con la indiferencia individual, consagraran al capitalismo como la única ideología no solo posible sino también justa y necesaria. Fueron los retransmitidos días del primer esplendor de Diana de Galés - la princesa bulímica - en las portadas de todas las revistas del corazón; los tiempos de la decadencia y posterior desaparición de semanarios tan prestigiosos como Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, El Viejo Topo, etcétera, etcétera...; la época en que, como caracoles tras una tormenta otoñal, surgieron los suplementos semanales de los periódicos dedicados a la gastronomía, las cremas hidratantes, la decoración de interiores, los consultorios psicológicos, la restauración de muebles, la jardinería, el bricolaje, la guía de espectáculos, el turismo y otros asuntos por los que el periodismo se ha extendido pero, como resulta más que evidente, no puede decirse que se haya hecho más profundo.


        Uno de estos males, tal vez el más sangrante, fue el descubrimiento de que los medios de comunicación solo podían crecer halagando al público. Un público, por cierto, cuyo tiempo libre podía ser totalmente ocupado por los medios siempre que los mismos dedicaran menos tiempo a la reflexión y más a los métodos de atontamiento generalizado puestos ya en práctica, con indudable éxito, por cierto, por el oráculo de nuestro tiempo; ya saben, ese electrodoméstico parlante que tienen ustedes instalado en un lugar predominante del salón - y del dormitorio y del cuarto del niño y de la cocina, etcétera  etcétera .. Esta tendencia – mucho me temo que irreversible – puede confirmarse también en la red de las redes, internet, ya saben, ya que basta con deslizarse un ratito por "Youtube" para percibir que los videos más pinchados suelen relacionarse con las andanzas de Paris Hilton, las correrías de los "triunfitos", las hermosas y conmovedoras disputas dialécticas que año tras año mantiene la Belen Esteban con cualquiera que se tercie o alguna de las brillantes y delirantes declaraciones de los menos brillantes y delirantes hermanos Matamoros.

           Los medios de comunicación occidentales, renunciando a ciertos principios, más o menos fundacionales, que no garantizaban su rentabilidad, fueron gestando, poco a poco, el modelo de sociedad que actualmente padecemos; de hecho, los medios de comunicación de entonces fueron creando, lenta, muy, muy lentamente, un monstruo; el monstruo que ahora mismo nos está devorando. No a mordiscos sino con la constante, monótona y perezosa estupidez de los personajes que nos empobrecen la vida: cantantes clónicos, folklóricas momificadas, políticos huecos, artistas estúpidos, putas declaradas, delincuentes laureados, actores que jamás han actuado, famosillos que jamás han trabajado, tontos que no solo hablan demasiado sino que lo hacen desde demasiadas tribunas, etcétera, etcétera..., todos en la grasienta disputa de su recompensa mediática, vanidosa y monetaria. Hemos dejado que el mercado terminara dictando las reglas y resulta que si lo que el sacrosanto mercado – cada vez más enfangado por el fútbol, el ombliguismo y la vulgaridad - demanda son las peripecias de Paquirrín, las alucinantes correrías de Pipi Estrada, los escarceos sexuales de los participantes en algún concurso televisivo o los buscavidas que le rondan los dineros a la Duquesa de Alba, pues nada, la Duquesa de Alba y demás especímenes a diestro y siniestro, de desayuno, de comida, de merienda y de cena, copando todos los medios de comunicación - tanto los audiovisuales como los escritos - con sus disputas sentimentales, sus exclusivas, sus escándalos o con sus interminables chorradas.



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